Hace seis años comenzamos un viaje para atisbar los misterios del ser humano y conocer a quienes dedican su vida a explorarlos. Hasta ahora, hemos recorrido una gran distancia. Exploramos ya la historia de un niño perdido, que es también la historia de los miedos aprendidos. Conocimos la historia de grandes pioneros, con sus matices y defectos. Fuimos testigos del poder del aprendizaje. Visitamos el primer laboratorio tricolor de psicología experimental. Ha sido un gran viaje, pero lo más apasionante yace frente a nosotros. Apenas hemos rascado la superficie.

Muchas personas sostienen que la psicología no es, ni puede ser, una ciencia. Algunas tienen una concepción muy estrecha de ciencia; prácticamente sólo considerarían ciencia a la física y a la química. Otros afirman que el sentido común basta para entender nuestro comportamiento; una variante de esto es decir que la psicología es puro sentido común. Todavía hay quienes creen que la filosofía es la única autorizada para hablar sobre nuestras emociones, intenciones y experiencias internas. Otros más afirman que aplicar la cosmovisión científica a lo humano inevitablemente nos deshumanizará; una creencia similar es la de quienes están seguros de que lo humano es tan complejo y profundo, que lo humano está más allá de la comprensión científica.

Sin embargo, la historia prueba que estas personas están equivocadas. La psicología moderna, pese a que hunde sus raíces hasta la filosofía griega, inicia sus días como una ciencia de laboratorio, una disciplina experimental rigurosa como la química o la física. Pero el caso de la psicología es distinto al de otras ciencias. Mientras uno puede identificar la espina dorsal de, digamos, la biología (cuyo núcleo es la teoría evolutiva moderna), no sucede lo mismo con la psicología. Existen diferentes aproximaciones, tan distintas que cada una plantea su propia definición, sus propios problemas y hasta sus propias herramientas.

Para muchos, este panorama es desolador. Ver la enorme cantidad de aproximaciones en psicología es como si ante nuestros ojos se desplegara un escarpado paisaje con colinas, riscos elevados, ríos turbulentos, densos bosques y ningún señalamiento que nos indique cuál es el camino correcto. En lo personal, creo que no hay un camino correcto. El filósofo de la ciencia Paul Feyerabend tenía una idea similar sobre la ciencia. Mientras otros filósofos de su época sostenían que la ciencia obedecía a un solo método y una sola forma de razonar, Feyerabend (considerado injustamente como el peor enemigo de la ciencia) sostenía que en realidad los científicos recurren a muchas y muy diversas herramientas en su labor. En lugar de trabajar sirviendo a una sola teoría, los científicos crean teorías alternativas todo el tiempo. Para Feyerabend, el verdadero espíritu de la ciencia es el de una labor crítica implacable; espíritu que no se puede alcanzar si sólo tuviéramos una sola teoría que probar y defender. Al contrario, la proliferación de teorías nos permite ver los puntos ciegos de una teoría particular, lo cual permite a los científicos dentro de ellas mejorarlas.

Así, el panorama desolador se convierte en un atractivo reto. No hay búsqueda del camino correcto y verdadero, sino que los psicólogos, como los aventureros de antaño, recorrerán el terreno y crearán sus propios mapas. Cada uno creará un mapa distinto dependiendo de su recorrido, de los obstáculos que se encuentre y de sus herramientas. Incluso, puede que dos o más mapas representen la misma área, pero con minúsculas variaciones dependiendo de los elementos que cada explorador considera más importantes.

Entonces, lo que hace falta para comprender la psicología como ciencia es una suerte de Google Maps de la disciplina: un conjunto de distintos mapas de un mismo terreno. A continuación, un intento pequeño y preliminar de mapear las aproximaciones científicas a lo psicológico. Antes de proceder, un breve recordatorio: como dice Sergio de Régules en El mapa es el mensaje, “el mapa es una metáfora: no es el mundo sino una representación del mundo, e inevitablemente muestra sólo algunas de las muchas facetas de lo representado.”

La psicología cognitiva es, posiblemente, la aproximación más conocida; no sólo dentro del ámbito académico, sino también fuera de él. Inspirados por la aparición de las primeras computadoras durante la década de 1960, los psicólogos cognitivos la metáfora del computador: entre las orejas llevábamos una máquina procesadora de información que recibía estímulos externos, los representaba y manipulaba en su interior por medio de reglas y algoritmos, y luego devolvía comportamientos como respuesta. Algunos de sus exponentes relevantes son Ulric Neisser, quien publicó el primer libro de texto de psicología cognitiva en 1967; Elizabeth Loftus, conocida por sus investigaciones sobre la memoria, y Robert J. Sternberg, creador de la teoría triangular del amor.

Con el tiempo, algunos psicólogos cognitivos se han alejado de esta concepción computacionalista de la mente. Hoy está cobrando fuerza un movimiento llamado cognición 4E, cuyos proponentes sostienen que la mente humana se comprende mejor si tenemos en cuenta, no sólo el cerebro, sino también el cuerpo, las herramientas que usamos y los escenarios en que nos desenvolvemos. Incluso rechazan la idea de que primero sentimos, luego procesamos la información recibida y al final ejecutamos una acción. En su lugar, proponen que tanto la percepción, como la acción y el pensamiento se solapan y hasta ocurren de manera simultánea, como si fueran distintas caras de un mismo proceso. Muchos investigadores en este campo provienen de otras disciplinas, como Humberto Maturana y Francisco Varela (biólogos) o Andy Clark y Shaun Gallagher (filósofos).

Ambas formas de psicología cognitiva encuentran cabida en un movimiento más amplio, el de las ciencias cognitivas, que se dedican a estudiar la mente desde los puntos de vista de diversas disciplinas. Dentro de las ciencias cognitivas, la psicología se une a la filosofía, la antropología, la lingüística, la neurociencia y la inteligencia artificial para echar luz sobre fenómenos como el razonamiento, el lenguaje, la conciencia, la percepción o la memoria, entre otros.

La psicología evolucionista también se ha vuelto muy popular. Esta aproximación considera que no se puede entender por completo la cognición humana si no se estudia su historia evolutiva. Apareció gracias al trabajo de un equipo de psicólogos y antropólogos de la Universidad de California, razón por la que se le llama psicología evolucionista de Santa Bárbara. Encabezados por Leda Cosmides y John Tooby, creían que la mente humana era producto exclusivo de la selección natural, que estaba dividida en órganos mentales o módulos, y que cada módulo había aparecido para resolver problemas que nuestros ancestros en el Pleistoceno enfrentaron. Así, tendríamos un módulo para encontrar pareja, otro para detectar engaños, otro para detectar amenazas, otro para reconocer caras, y así sucesivamente.

Sin embargo, no todos los psicólogos evolucionistas estuvieron de acuerdo. Algunos de ellos, si bien seguían interesados en la evolución de nuestra mente, rechazaron las ideas de la escuela de Santa Bárbara. Las críticas son tantas que no tenemos tiempo de mencionarlas, pero podemos dividirlas en dos: quienes creían que la cultura había tenido un papel tanto o más relevante que la selección natural en la evolución humana, y quienes creían que era nuestra compleja vida social la responsable de nuestra cognición moderna. A los primeros los llamaremos psicólogos evolucionistas culturales, entre quienes se encuentran Cecilia Heyes, Joseph Henrich y Michael Tomasello; los segundos son conocidos como escuela de Oxford, ya que sus principales defensores, Robin Dunbar y Louise Barrett, trabajan en esa universidad.

Los conductismos son la aproximación con la que estamos más familiarizados aquí en La Rata & El Perro. Surgidos a principios del siglo XX, los conductismos son quizá la aproximación más ramificada: ¡existen hasta doce variantes! Lo que todas tienen en común es un énfasis en el uso del método experimental y en el aprendizaje; es decir, en el cambio conductual que ocurre gracias a la experiencia y a la interacción del organismo con su medio ambiente. Además, se oponen con excesiva fiereza a la psicología cognitiva por considerar que no tiene el rigor científico suficiente. Los conductismos más extremos consideran que los fenómenos mentales son también producto de la interacción entre organismo y ambiente, por lo que distinguir entre conducta y cognición no tiene sentido. ¡Todo es conducta!

La variante de conductismo más desarrollada, el análisis de la conducta, fue creada por B. F. Skinner, considerado por la Asociación Estadounidense de Psicología como el psicólogo más influyente del siglo XX. Inicialmente una ciencia de laboratorio, el análisis de la conducta pronto mostró potencial no sólo para explicar, sino también para modificar el comportamiento. Se aplicó en escuelas, hospitales, prisiones y consultorios con grandes éxitos. Su descendiente directa, la ciencia conductual contextual (cuyo principal exponente hoy es otro viejo conocido, Steven C. Hayes), tiene como meta ayudar a buscar formas de aliviar el sufrimiento humano, y está tejiendo alianzas con científicos de otras disciplinas para una mejor comprensión de nuestro comportamiento.

La psicología ecológica, por otro lado, es uno de los grandes olvidados en el panorama de la psicología. Sólo en tiempos recientes ha comenzado a ganar relevancia, gracias a que influyó mucho en la ciencia cognitiva 4E de la que hablamos antes. A los psicólogos ecológicos les desagrada la comparación entre la mente y las computadoras, porque pensaban que dejaba de lado un factor muy importante para entender la conducta humana: el ambiente. Como a los conductistas, les interesa mucho la interacción constante entre organismo y entorno. Pero a diferencia de ellos, no confían sólo en el método experimental: quieren estudiar la conducta humana in situ, como un biólogo de campo estudiaría animales en su hábitat natural, según Roger Baker.

Algunos de los aportes de la psicología ecológica son la teoría de los affordances, propuesta por James J. Gibson, y la teoría ecológica de sistemas, de Urion Bronfenbrenner. La primera fue retomada por las ciencias cognitivas 4E y es aplicada en campos como el diseño y la arquitectura; una affordance es una oportunidad para la acción ofrecida por un objeto o un escenario: esto significa que, para Gibson, la percepción y la acción están profundamente entrelazadas. La teoría ecológica de sistemas, por otro lado, fue fundamental para el programa HeadStart, del gobierno de Estados Unidos, que brinda servicios educativos, alimenticios y de salud a familias de bajos recursos.

La psicobiología es otra de las aproximaciones populares. Se preocupa por entender la mente y la conducta desde el punto de vista biológico; en particular estudiando el cerebro, el sistema nervioso, las hormonas y los genes. Para los psicobiólogos, la mente es lo que el cerebro hace, de la misma forma en que la digestión es lo que el estómago hace. Por tanto, enfatiza el estudio de los procesos cerebrales puesto que ellos son la manera en que la mente funciona. El famosísimo caso de Phineas Gage, un hombre cuya personalidad completa cambió después de que una barra de hierro le atravesara la cabeza, es un buen ejemplo de cómo procedía en el pasado la investigación psicobiológica: observando cómo lesiones, enfermedades o cirugías cerebrales alteraban la conducta, percepción o cognición del paciente.

Afortunadamente, en tiempos recientes no se necesita rebanar ni perforar el cerebro de nadie para estudiarlo. Gracias a imágenes de resonancia magnética, podemos ver el funcionamiento del cerebro en vivo y en directo. Además, esos datos se pueden combinar con análisis genéticos y hormonales para pintar un cuadro claro del sustrato biológico de nuestras acciones. Figuras relevantes en esta aproximación son Antonio Damasio, Donald O. Hebb, Michael Gazzaniga y, en México, Feggy Ostrosky.

Como dije antes, este mapa es provisional. Y, como todos los mapas, no representa fielmente el terreno agreste que pretende representar -un mapa así no es posible. Hay muchas cosas que dejé fuera, como investigadores que cambian de teoría, o las aproximaciones cuyas fronteras son borrosas (no es raro que la psicobiología y la psicología cognitiva tradicional unan fuerzas, por ejemplo), o las teorías nuevas que quizá estén surgiendo en estos momentos y añadan una capa más a este mapa de la psicología, o los lazos y lealtades entre investigadores que también forman parte importante de cómo se hace la ciencia, o la parte aplicada de la psicología, ¡que es como un paisaje aparte y quizá necesite sus propios mapas!

Sin embargo, creo que es un buen inicio. Necesitamos dejar de pintar a la psicología como una disciplina sólida y llena de acuerdos o como un campo deshecho en el que no hay esperanza de sacar nada en claro. Si comenzamos a mostrarla como es, con toda su gloriosa diversidad, podremos recorrerla más fácilmente. La caminata apenas comienza, y el terreno sigue siendo difícil. Pero, por fortuna, tenemos varios mapas.