En el mapa de la psicología, muchos caminos son recorridos más de una vez por distintos viajeros. A lo largo de los últimos siete años, hemos recorrido varias veces uno solo de esos caminos, recorrido por primera vez por Pávlov y Skinner (entre otros), para dar respuesta a la pregunta ¿por qué La Rata & El Perro? Este año cambiaremos la apuesta. Es hora de ampliar la mirada y usar un mapa distinto. Lo que sigue a continuación es otra capa del mapa de la psicología (extraída de un proyecto mucho más grande en el que estoy trabajando), que se preocupa por cómo la evolución de los seres humanos da pie a la cognición humana moderna.

Cecilia Heyes, nuestra exploradora de hoy

Como muchos estudiantes de psicología, Cecilia Heyes quería ser psicoterapeuta cuando inició la carrera. Sin embargo, su camino cambió para siempre después de acudir a un seminario sobre evolución de la mente dictado por Henry Plotkin, un psicobiólogo muy interesado en la aplicación del pensamiento evolutivo a las ciencias sociales. Eran los días de la sociobiología, y aunque las historias de los sociobiólogos sobre la conducta social humana eran difíciles de creer, a Cecilia le fascinó saber que explicar la mente dentro del marco de la evolución era algo que podía hacerse. Se doctoró en el University College de Londres en 1984, y a partir de entonces ha dedicado su carrera al estudio de la cognición humana, bailando entre datos y estudios de disciplinas tan dispares como la psicología social, la neurociencia cognitiva y la psicología comparada.

Cecilia recibió mucha influencia de la psicología evolucionista desarrollada por Leda Cosmides y John Tooby a finales de los años 80. Ella misma se declara admiradora del trabajo pionero de la pareja, porque dieron con una manera de integrar la biología evolutiva con una psicología más sofisticada; hasta entonces los intentos por explicar la evolución de la mente habían sido muy informales y no habían recurrido a experimentos ni teorías desarrolladas dentro de la psicología. Cosmides y Tooby tomaron los conceptos y métodos de la psicología cognitiva experimental, que concebía a la mente humana como un programa de computadora, y le dieron una explicación evolutiva a los resultados que obtuvieron. Cecilia sintió que eso era lo que había que hacer.

Sin embargo, no estaba de acuerdo con que la explicación de la mente recayera solamente en los genes. La propuesta de Cosmides y Tooby es abiertamente nativista; esto quiere decir que considera que hay cierta programación que permite el desarrollo de formas de pensar, programación que se transmite por medio de los genes. Pero Cecilia considera que la evidencia que los científicos han colectado durante las últimas dos décadas apunta a que la selección natural no es la principal arquitecta de la mente. La evidencia, según Cecilia, nos lleva en otra dirección: la cultura es quien lleva las riendas de la mente. Su trabajo ha sido sintetizar esa evidencia en una teoría que explique cómo sucede esto, y el resultado es su teoría de los gadgets cognitivos. Los gadgets son piezas de tecnología mental que adquirimos durante el desarrollo, como veremos más adelante. Pero no sería posible adquirirlos sin un rico sustrato biológico.

COGNICIÓN HUMANA, STARTER PACK

Los seres humanos no venimos en blanco al mundo. Sin embargo, ¿qué es lo que ya traemos al nacer? Cosmides y Tooby sostienen que llegamos con mecanismos psicológicos, creados por la selección natural, para resolver problemas muy específicos: identificar caras, encontrar parejas, detectar engaños y trampas, etcétera. El aprendizaje juega un rol pequeño, y siempre se aprende lo que los mecanismos psicológicos permiten que aprendamos. En cambio, para Cecilia Heyes, los seres humanos venimos al mundo con un kit inicial de habilidades muy generales, forjadas por la evolución genética, que permiten la máxima flexibilidad a la hora de lidiar con el ambiente.

Este kit se compone de tres elementos. En primer lugar, los seres humanos somos más tolerantes y más motivados socialmente; es decir, somos menos agresivos hacia nuestros congéneres y estamos más inclinados a buscar recompensas sociales producto de nuestro contacto con otros. Es un fenómeno atípico, pues otros grandes simios no comparten estas características, por lo que cabría suponer que son rasgos que surgieron en algún momento de nuestra evolución. A nivel cognitivo estos rasgos no son la gran cosa, pero abren las puertas a que otros miembros de nuestra comunidad nos eduquen durante nuestro crecimiento, entre otras cosas.

El segundo elemento está relacionado con la atención. Desde recién nacidos, nuestra atención está sesgada hacia las cosas vivas, y en particular hacia rostros y voces humanas. Conforme crecemos, estos sesgos se van haciendo cada vez más específicos; empezamos a seguir las miradas de otros, por ejemplo, y lo hacemos particularmente si antes hubo contacto visual entre niño y adulto. Una vez más, estos rasgos no aparecen en los grandes simios.

El tercer elemento entra en el rubro de la cognición. Aquí, Cecilia señala dos categorías. La primera es una vieja conocida de la psicología, el aprendizaje asociativo, que a su vez tiene dos vertientes: el aprendizaje respondiente y el aprendizaje operante. Como hemos visto en otras notas, el fisiólogo ruso Iván P. Pávlov descubrió que los perros aprendían que el sonido de un diapasón era seguido por comida, y babeaban tras oír la nota aunque ningún alimento apareciera, un aprendizaje llamado respondiente o pavloviano. El aprendizaje operante fue descubierto por B. F. Skinner, otro viejo conocido del blog. Skinner describió las muchas maneras en que lo que sucede después de una conducta afecta su probabilidad de ocurrencia. En sus experimentos originales, introducía una rata en una caja llamada cámara de condicionamiento operante. En una de las paredes de la caja había dos palancas y una abertura por donde caían bolitas de comida, provenientes de un alimentador accionado por las palancas. Así, la rata aprendía a presionar la palanca, ya que la comida incrementaba la probabilidad de ocurrencia de la conducta de presionar la palanca.

Tanto el aprendizaje respondiente como el operante se han encontrado en cualquier forma de vida en que se les buscó, sin importar si es vertebrado o invertebrado. Gusanos, insectos, peces, reptiles, mamíferos: todos por igual aprenden por medio del aprendizaje asociativo, lo que la convierte en una de las estrategias más efectivas creadas por la vida para perpetuarse a sí misma. En el caso de los seres humanos, Cecilia Heyes sostiene que somos capaces de crear asociaciones más rápido y estamos más inclinados a vincular una asociación particular con un contexto específico, lo que hace que este tipo de aprendizaje juegue un papel crucial en la enseñanza y en la toma colectiva de decisiones.

La segunda categoría dentro del rubro de la cognición son las funciones ejecutivas. Son habilidades relacionadas con la planeación y la organización, y juegan un rol importante en la toma de decisiones, la resolución de problemas y el autocontrol. A diferencia del aprendizaje asociativo, las funciones ejecutivas no están tan extendidas en el reino animal, y la evidencia muestra que son mucho más complejas en los seres humanos que en otras especies. Al respecto, los estudios neuroanatómicos muestran que la corteza prefrontal, una región del cerebro localizada detrás de la frente, justo sobre los ojos, es más grande en seres humanos que en chimpancés (una vez se ajustan las proporciones entre ambas criaturas). La corteza prefrontal, por supuesto, está relacionada con las funciones ejecutivas; termina de desarrollarse al final de la adolescencia y está mucho más conectada con otras partes del cerebro en humanos que en otras especies. Algunos investigadores sostienen que el aumento en el tamaño de los grupos sociales llevó a un aumento en el tamaño y la complejidad de la corteza prefrontal.

El kit inicial de habilidades cognitivas que acabamos de repasar es el sustrato básico a partir del cual la cultura le dará forma a los sofisticados mecanismos mentales que los humanos mostramos durante la madurez. A esos mecanismos, Cecilia los llama gadgets (en español, artilugios), por analogía con los gadgets tecnológicos: pequeñas piezas de tecnología que permiten resolver problemas complicados. Los gadgets cognitivos de Cecilia son pequeños componentes de la mente que juegan un rol importante en nuestra vida cotidiana. En cierto sentido, son como los módulos que propone la psicología evolucionista de Leda Cosmides y compañía, pero en lugar de considerarlos innatos y forjados por la selección natural, Cecilia concibe sus gadgets como adquisiciones brindadas por la cultura.

LOS GADGETS COGNITIVOS

Un gadget, como un reloj inteligente, está compuesto de partes distintas que cumplen funciones específicas: el bluetooth le permite conectarse a otros dispositivos, el sensor de luz le permite ajustar el brillo, etcétera. Percibimos el funcionamiento conjunto de las partes como un reloj que funciona. Los gadgets cognitivos están compuestos por procesos distintos -el kit inicial que vimos en la sección anterior- y también tienen funciones específicas que nos permiten navegar en el mundo. De modo similar, percibimos el funcionamiento de las partes de estos gadgets cognitivos como nuestra experiencia cotidiana total.

Pero los gadgets no sólo nos permiten resolver problemas en el mundo. Son también el medio por el que la cultura se acumula y se hereda. En la interacción social con otros, los gadgets permiten transmitir y adquirir conocimientos y habilidades. Por eso, no es raro que uno de los gadgets más importantes sea el aprendizaje social selectivo. Muchos animales aprenden en su interacción con otros miembros de su especie; a esto lo llamamos aprendizaje social. Algunas especies aplican estrategias para saber en qué situaciones hay que imitar a otros, o de quién hay que aprender; este es el aprendizaje social selectivo. Lo que hace único al aprendizaje social selectivo humano es su carácter metacognitivo; es decir, que depende de reglas explícitas y conscientes que especifican al modelo del cual hay que aprender y que son específicas del dominio en el cual nos encontramos.

Hace un año comencé a jugar videojuegos online y me di cuenta de una cosa: era malísimo. Los juegos de disparos en tercera persona suelen ser frenéticos y hay que procesar rápidamente lo que sucede en pantalla, además de familiarizarse con los controles del juego y las mecánicas que permiten atacar, cubrirse y demás -que, dicho sea de paso, son muy complejas. Cuando empecé no sabía ninguna de estas cosas; estaba experimentando en un dominio nuevo para mí. Así que hice lo que me decían mis instintos de aprendiz cultural: busqué a quién imitar. Seguí una regla explícita que decía algo como «imita a un streamer de Twitch«. Este tipo de reglas son las que Cecilia llama estrategias metacognitivas, y son aprendidas culturalmente. Esto nos lo indica el hecho de que no hay evidencia de ellas en niños menores de cuatro o cinco años, edades en las que todavía no han tenido la oportunidad de aprender dichas estrategias por medio de la instrucción, y también el hecho de que las estrategias metacognitivas que usan los adultos varían entre culturas.

Otro gadget cognitivo es la lectura de mente, o como lo conocen muchos científicos, la teoría de la mente: la adscripción de estados mentales a otras personas. Es la habilidad que nos permite inferir lo que alguien piensa, siente o desea; para explicarla existen muchas propuestas, la mayoría de las cuales la tratan como un instinto genético. En contraste, Cecilia sostiene que la lectura de mente, si bien hunde sus raíces en los sesgos atencionales innatos de nuestra especie, es producto de la evolución cultural, pues los adultos usualmente le enseñan a los pequeños los conceptos mentales y las situaciones en que se usan. Por medio de preguntas constantes de los adultos a nuestro alrededor, de historias, conversaciones y, sí, también de chismorreos, aprendemos a nombrar nuestros estados mentales, a identificar las situaciones en que aparecen y luego a hacer lo mismo con los demás. Esto implica que la teoría de la mente depende en gran medida del lenguaje.

(Es curioso cómo esta concepción de la teoría de la mente es similar al modo en que B. F. Skinner concebía los términos mentales. Para su conductismo radical, en pelea constante con el lenguaje mentalista, usar dichos términos para explicar la conducta no era válido. Sin embargo, Skinner creía que la comunidad verbal en que crecemos nos enseña a discriminar ciertos estados corporales, a asociarlos con ciertas situaciones y a nombrarlos con etiquetas que refieren a fenómenos mentales. La diferencia es que Skinner llegó a esta conclusión por medio de un ejercicio conceptual, mientras que Cecilia y muchos otros psicólogos han obtenido evidencia empírica al respecto).

Con respecto al lenguaje, Cecilia reconoce que la situación no es tan clara y que hay fuerte evidencia en favor tanto de las teorías que lo definen como un instinto genético como de su teoría de los gadgets cognitivos (aunque, claro, ella se inclina más por la segunda). En el futuro, Cecilia espera que su teoría de los gadgets cognitivos crezca y comience a prestar atención a la historia humana. Ella misma propone, como punto de partida, que quizá el camino que forjó los mecanismos psicológicos humanos comenzó hace 250 mil años, debido a ciertos cambios climáticos que alteraron las poblaciones humanas de aquel entonces. Los componentes del kit inicial ya estaban ahí, por supuesto, pero el cambio en las poblaciones habría disparado un proceso nuevo, haciendo que los humanos dependieran más y más de la transmisión cultural y dando pie a la transformación de sus procesos cognitivos. Quizás en el futuro, Cecilia y cualquiera que trabaje con la teoría de los gadgets cognitivos como marco, puedan arrojar más luz sobre esta historia.


Nuestro recorrido a través de la psicología apenas va comenzando. Sin embargo, hemos recorrido ya un largo trayecto. Viejos conocidos aparecen, como si hubieran dejado sus rastros en el camino para que les siguiéramos. Cecilia Heyes dio algunos pasos a través de esas señales (el aprendizaje asociativo de los perros de Pávlov y las ratas de Skinner), pero luego comenzó a trazar un mapa completamente distinto, iluminando áreas de la psicología que hasta ahora no conocíamos. Por eso existe La Rata & El Perro: para llevarnos a esos lugares. Nuestro viaje apenas inicia.