El ser humano moderno apareció hace más o menos doscientos mil años. Hace nueve mil quinientos años aprendimos que cuidar de las semillas nos daba sustento. Hace seis mil años aparecieron las primeras ciudades. El libro, como lo conocemos hoy, apareció hace menos de seiscientos años. Y la ciencia, ese tipo de investigación tan particular que ha transformado nuestro mundo, surgió hace menos de quinientos años, aunque sus raíces se hunden profundas hasta el mismo amanecer de la civilización occidental.

Nos puede parecer muchísimo tiempo; por eso es tan sorprendente que todavía hoy las mujeres estén subrepresentadas en la ciencia.

Es verdad que la primera científica profesional se tituló en 1732, pero poco se avanzó en la materia desde entonces. Por eso es que la UNESCO implementó la celebración del Día Internacional de la Mujer y la Niña en la Ciencia, desde el 11 de febrero de 2015. Así, tenemos un día dedicado a celebrar los logros de grandes mujeres como Ada Lovelace, Rachel Carlson, Helia Bravo o Katherine Johnson, y a organizar actividades que promuevan el interés de las niñas en la ciencia.

Una parte importante de esta conmemoración es reconocer la brecha que existe entre hombres y mujeres en las disciplinas STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, por sus siglas en inglés). Esta brecha se manifiesta de diversas formas: desde el acceso a oportunidades académicas o profesionales, los pocos modelos femeninos en contraste con una enorme cantidad de modelos masculinos, diferencias salariales e incluso acoso sexual. Puede sonarnos como a exageración o a vestigio de tiempos menos ilustrados, pero apenas el siglo pasado las mujeres enfrentaban serios obstáculos en el camino de la ciencia. Recordemos que a Rosalind Franklin le fue negado por décadas el reconocimiento del papel fundamental que jugó en el descubrimiento de la estructura del ADN, adelantándose a concluir que dicha molécula debía tener forma de hélice y obteniendo las imágenes que le darían a Francis y Crick (y sólo a ellos) el Nobel en 1962. Recordemos también el caso de Katherine Johnson, Dorothy Vaughan y Mary Jackson, quienes calcularon la ruta de las misiones Apolo en su camino hacia la Luna y analizaron, entre otras cosas, el diseño del combustible de las misiones. Eran las computadoras humanas, pero fueron ignoradas durante años por ser mujeres y afroamericanas; su reconocimiento llegó hasta 2016 con la publicación del libro Hidden figures.

Estos son sólo dos casos de los muchos que constituyen la brecha STEM. Hemos avanzado, es cierto, pero la brecha persiste. Por eso es importante también señalar y celebrar las vidas y obras de científicas que contribuyen al conocimiento de muchas áreas. Aquí, en La Rata & El Perro, hemos celebrado antes a varias psicólogas de ayer y hoy, pero todavía hay muchísimas más que dedican su vida a la comprensión de la mente y la conducta. Este día es para ellas.

Eleanor J. Gibson

Figura fundamental de la psicología ecológica. Eleanor tuvo que sortear diferentes obstáculos a lo largo de su carrera, producto de políticas absurdas de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos. Para empezar, Robert Yerkes rechazó ser su director de tesis porque no permitía mujeres en su laboratorio. A pesar de cursar el doctorado en Yale, la universidad no apoyaba las carreras de las mujeres, así que el Smith College (una universidad privada para mujeres) le ofreció una beca para que pudiera terminar sus estudios. Y cuando su esposo empezó a trabajar en la Universidad de Cornell, Eleanor no pudo conseguir una plaza, debido en parte a reglas anti-nepotismo, pero también a que Cornell no contrataba mujeres.

A pesar de eso, Eleanor pudo forjarse una carrera como pilar de la psicología ecológica. Junto a su esposo James J. Gibson, creó la teoría gibsoniana del desarrollo. En esta teoría, la percepción juega un papel fundamental; las personas percibimos información en el ambiente que nos permite navegar en el mundo. Los pequeños aprenden a percibir información en objetos, lugares y eventos que pueden usar en su vida cotidiana. Gracias a eso, aprendemos a regular nuestra actividad, a detectar patrones en la información percibida, a realizar acciones orientadas hacia el futuro y a ajustarnos ante cambios corporales y nuevas situaciones. Esta teoría, si bien criticada, ha sentado las bases para otras teorías del desarrollo, y el trabajo de Eleanor y James fungió como una de las bases más importantes para las ciencias cognitivas 4E, un conjunto de propuestas modernas que abrazan la idea de la percepción directa.

Eleanor J. Gibson

Diana S. Fleischmann

Nacida en Sao Paulo (Brasil), pero criada en Georgia (Estados Unidos), Diana mostró desde niña un fuerte interés en la biología. Por fortuna, sus padres, a pesar de criarla tanto en el judaísmo como en el catolicismo, alentaron sus intereses personales regalándole libros sobre evolución. Su tía también jugó un papel relevante, alentándola a convertirse en una mujer independiente, confiada, autónoma.

Interesada en la evolución y la cuestión de la naturaleza humana, Diana decidió estudiar psicología, creyendo que ser terapeuta le ayudaría a comprender esos temas. Sin embargo, sus profesores rechazaban sus constantes peticiones de incorporar lecturas de psicología evolucionista a sus clases. Al perseguir por sí misma sus intereses, tuvo la oportunidad de tomar un curso de psicología evolucionista en la London School of Economics. Cuando regresó a Estados Unidos, estudió un doctorado en la Universidad de Austin bajo la dirección de David Buss, uno de los más reconocidos expertos en el campo.

La psicología evolucionista es el estudio de la mente y la conducta entendidas como productos de la evolución. Desde el punto de vista particular de gente como David Buss o Leda Cosmides, la selección natural es el principal proceso que le dio forma a nuestra mente, tan lento que las condiciones que le dieron forma a nuestras mentes sucedieron en el Pleistoceno, hace millones de años. La labor de la psicología evolucionista es tratar de explicar cuáles eran esas condiciones y por qué nuestras mentes funcionan como lo hacen. Es fácil ver por qué a Diana le entusiasma trabajar en este campo: desde niña la apodaron monkey girl (niña mono), por su enorme interés en la evolución humana. Actualmente se dedica a investigar las influencias inmunológicas y hormonales en la conducta de las mujeres, particularmente en el asco y en la conducta sexual. Se considera a sí misma una ferviente feminista, defensora del poliamor y es además una activa divulgadora de la psicología evolucionista en distintos podcasts y blogs.

Diana S. Fleischmann

Eleanor Rosch

Una importante psicóloga cognitiva, hija de un inglés y una refugiada rusa, Eleanor es mejor conocida por sentar las bases de la teoría de los prototipos. En sus investigaciones, Eleanor encontró que la gente clasifica objetos en torno a un modelo que consideran el mejor representante de una categoría en particular. Por ejemplo, en la categoría sillas, una silla de mesa podría ser el elemento central, y el resto de ejemplos de sillas se alejan de este. Además, las categorías se descomponen en niveles siguientes conforme le añadimos características al prototipo, creando una especie de escala: con respaldos altos, con cojines como las de los restaurantes, con adornos estilizados y elegantes como en un trono, plegables… En la actualidad, esta teoría de prototipos se usa sobretodo en psicología y en lingüística cognitiva,

Eleanor también es conocida por haber coescrito junto a Francisco Varela y Evan F. Thomson el libro The embodied mind (La mente corporizada). En él, los autores se alejan de las concepciones de la mente como una computadora. En su lugar proponen que la cognición emerge de procesos biológicos que incluyen forzosamente todo el cuerpo de una criatura. En la actualidad, las modernas ciencias cognitivas 4E (extendidas, enactivas, embebidas y corporizadas, por sus siglas en inglés) toman como uno de sus puntos de partida este trabajo.

Eleanor Rosch

Cecilia Heyes

Cecilia Heyes nació en Inglaterra, en 1960. Fue su hermano mayor Vincent quien la atrajo hacia los caminos de la ciencia. Vincent no había estudiado carrera científica alguna pero le interesaba y, para «mantener el nivel» en las reuniones de Vincent y sus amigos, Cecilia se interesó también. Además, Vincent la introdujo al conocido texto de Thomas Kuhn La estructura de las revoluciones científicas. En él, Cecilia vio a la ciencia como una actividad humana, en la que hay no sólo competencia y ambición sino también lealtad y profunda satisfacción; una visión terrenal despojada del aura sagrada con la que solemos ver a la ciencia.

Al enfrentarse al momento de escoger una carrera, Cecilia pensó en dedicarse a la psicoterapia. Sin embargo, cambió de opinión cuando tuvo la oportunidad de acudir a una clase impartida por Henry Plotkin, un conocido teórico evolucionista. Pese a que en aquel entonces aún no había una teoría decente que explicase la conducta humana en un marco evolucionista, Cecilia decidió dedicarse a estudiar los misterios de la evolución de la mente. Así, la ambición de contribuir con la resolución del problema nature-nurture ha guiado su carrera.

Este problema es muy antiguo, relacionado con la cuestión de la naturaleza humana. ¿Nacemos o nos hace la sociedad? La respuesta de algunas teorías, como la sociobiología o la psicología evolucionista de Santa Bárbara (como la que practica Diana Fleischmann, a quien conocimos arriba), es que nacemos. En contraste, teorías más cercanas a la antropología proponen que «nos hacemos». El aporte de Cecilia a este dilema es una suerte de punto medio. Para ella, la evolución nos dotó de habilidades con las que nacemos; por ejemplo, tendemos a prestar más atención a ciertos estímulos, y aprendemos mejor bajo ciertas circunstancias gracias a la evolución genética. Sobre este kit inicial, el desarrollo y el aprendizaje hacen su trabajo, complejizando nuestras conductas innatas hasta límites asombrosos. Además, el desarrollo y el aprendizaje no suceden en el vacío: una cultura particular es la tierra fertilizada en la que nuestra cognición va a florecer. A las habilidades cognitivas que emergen de la constante interacción de naturaleza y cultura, Cecilia las llama gadgets cognitivos. Ejemplos de estos gadgets son el lenguaje, la atención, la memoria, el razonamiento y la metacognición (es decir, la reflexión consciente sobre nuestros procesos cognitivos). Como todas las buenas teorías, esta teoría de los gadgets cognitivos ha llamado la atención y atraído tanto críticas fuertes como comentarios favorables. Para Cecilia, está claro que sólo el futuro decidirá si su contribución es relevante para resolver el problema nature-nurture.

Cecilia Heyes

Yvonne Barnes-Holmes

Yvonne nació en 1968, en el seno de una familia pobre en Irlanda. Tuvo la fortuna de ganar una beca para una escuela privada local cuando tenía 11, y luego pudo asistir a la universidad en Manchester. Sin embargo, la psicología que estudió ahí la decepcionó. No sabía bien por qué, pero la única lectura que valió el tiempo que pasó en la Universidad de Manchester fue El mito de la enfermedad mental, de Thomas Szasz, ¡y ni siquiera estaba en el programa!

Al transferirse a la Universidad de Ulster, Yvonne terminó como interna en el laboratorio de análisis conductual. El primer libro que leyó ahí fue Beyond behaviorism («Más allá del conductismo»), y le representó todo un reto pues desafiaba la psicología que había aprendido los dos años anteriores. Además, había un cosquilleo en el fondo, como si de alguna manera le recordara a Thomas Szasz. Decidió que dedicaría su vida académica al análisis de la conducta. Bajo la tutela de Dermot Barnes, quien a la postre se convertiría en su esposo, aprendió todo lo que pudo sobre análisis de la conducta.

Fue Dermot también quien la introdujo a la teoría de los marcos relacionales (TMR) y a la terapia de aceptación y compromiso (ACT, por sus siglas en inglés). Dermot trabajó muy de cerca con Steven C. Hayes y el equipo que desarrolló la TMR durante la década de 1990, así que la conocía bien. Yvonne, por su parte, la estudió entre 1998 y 2014. Al mismo tiempo, se dedicó a la práctica de la psicoterapia usando ACT con sus consultantes. Sin embargo, pese a que ACT le ayudó a salir del sufrimiento, y pese a que suele decirse que la TMR está en la base de ACT, Yvonne veía poca conexión entre ambas. Por eso, hacia 2014, Yvonne decidió quedarse del lado de la TMR y verificar cómo la investigación experimental podría guiar una práctica clínica en verdadera sintonía con la ciencia básica que realizaban sus estudiantes de doctorado en la Universidad de Ghent. Junto con su alumna Ciara McEnteggart, Yvonne creó la terapia conductual basada en procesos, una forma de terapia basada en avances recientes dentro de la investigación en TMR, con la meta de traer más precisión a las intervenciones clínicas.

Yvonne Barnes-Holmes

Estas grandes mujeres han hecho enormes aportaciones en sus respectivos campos a pesar de los obstáculos. Espero que las grandes científicas del mañana, que hoy están estudiando o incluso planteándose la posibilidad de estudiar una carrera de ciencias, tomen a alguna de ellas como modelos a seguir, y continúen con su maravilloso legado, pero libres de los obstáculos que la conmemoración del 11 de febrero pretende visibilizar.