La primera vez que supe de él, estaba en la preparatoria, había reprobado la materia de psicología (ah, la ironía…) y, si quería acceder a la universidad por medio del pase reglamentado de la UNAM, debía prepararme para presentar un exámen extraordinario. Como mis profesoras de psicología no fueron las mejores -por decirlo con amabilidad-, decidí estudiar por mi cuenta e ir a comprar libros para estudiar; uno de ellos era Psicología. Una introducción, escrito por Scott O. Lilienfeld en colaboración con Steven Jay Lynn, Laura L. Namy y Nancy J. Woolf.

No pude haber hecho una mejor elección.

Scott O. Lilienfeld

En retrospectiva, el libro de Lilienfeld y compañía funcionó para mí como una vacuna contra muchas cosas raras que tendría que escuchar a lo largo de cuatro años de licenciatura. Y es que Lilienfeld no sólo era psicólogo; también era escéptico, y estaba preocupado por los mitos, errores y conceptos erróneos que abundan no sólo entre los no-psicólogos, sino entre los mismos estudiantes e incluso profesionales de la psicología. Dedicó gran parte de su carrera a promover el pensamiento crítico. Algunos de sus artículos y libros son ahora de consulta obligada para cualquiera que esté interesado en una psicología científica.

También fue un académico fuera de lo común. Mientras hoy en día un investigador suele especializarse a profundidad en un área específica para toda su carrera, Lilienfeld fue un generalista; es imposible encasillarlo en un área de la psicología porque era como un gato: si quería hacer algo, lo hacía y ya. Claro que la educación fue un área importante para él, debido a su preocupación por la enseñanza de la psicología, pero no fue la única área en la que dejó su huella. El filósofo de la ciencia español Angelo Fasce lo recuerda de la siguiente manera:

“[…] no he dejado de cruzarme con él una y otra vez, como si, inconscientemente, no hiciera más que seguir sus pisadas. Lo encontré trabajando sobre demarcación [entre ciencia y pseudociencia], luego, cuando quise centrarme en psicoterapias alternativas, ahí estaba él, y cuando dediqué mi tiempo a algo tan diferente como las ideologías radicales y el autoritarismo, él volvía a ser una referencia.”

En efecto, Lilienfeld inició sus andadas doctorándose en psicología clínica a finales de los años 80, y algunos de sus primeros trabajos estaban relacionados con el estudio de la personalidad; su artículo más citado, según Google Scholar, es un reporte sobre el desarrollo de una escala para evaluar psicopatía. Ya entonces se apreciaba un pensamiento crítico muy agudo, pues algunos de sus artículos de esa época cuestiona, por ejemplo, la validez de las escalas para medir honestidad o el uso de términos como comorbilidad. Comenzó a interesarse por la pseudociencia en psicología a finales de los años 90, evaluando críticamente el pseudotratamiento conocido como desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares, o EMDR. Después de eso, fue tras el test de las manchas de tinta y otras prácticas cuestionables, lo que condujo a su libro Ciencia y pseudociencia en la psicología clínica, de 2002 y publicado junto con Steven Jay Lynn y Jeffrey M. Lohr. Trabajó junto con la estudiosa de la memoria Elizabeth Loftus para cuestionar las técnicas terapéuticas de recuperación de recuerdos, que tan problemáticas pueden ser no sólo para los pacientes, sino también para sus familias. A mediados de los 2000 comenzó a interesarse en la educación; de esa época son sus 10 mandamientos para ayudar a los estudiantes a distinguir ciencia de pseudociencia en psicología. Por esas fechas también publicó su primera incursión en un campo que podríamos llamar psicología de la pseudociencia, una búsqueda de los sesgos cognitivos y rasgos de personalidad que respondan al por qué la gente cree en cosas raras. Volvió a la psicoterapia al escribir Tratamientos psicológicos que hacen daño, en el que, bajita la mano, critica la actitud pasiva de los psicoterapeutas respecto al análisis de la efectividad y potencial peligro de las terapias.

Pero el que es su libro más importante -para mí, además de Psicología. Una introducción– llegó en 2009. Co-escrito con Barry L. Beyerstein, John Ruscio y Steven Jay Lynn, 50 grandes mitos de la psicología popular es, hasta donde sé, el único libro que explícitamente desmonta algunas de las ideas falsas más comunes sobre el comportamiento humano. ¿La luna llena vuelve loca a la gente? No. ¿Usamos sólo el 10% del cerebro? No. ¿El polígrafo es bueno detectando mentiras? No. ¿Los opuestos se atraen? No. ¿Los diagnósticos psiquiátricos estigmatizan a la gente? Para nada. El libro no sólo destruye los mitos, sino que también explica cómo son las cosas en realidad e incluye una sección titulada “La realidad es más sorprendente que la fantasía”: un listado de descubrimientos asombrosos, curiosos y, lo más importante, reales, de la psicología. Lo pueden comprar aquí o aquí.

He de decir que no lo considero un libro de divulgación. El texto está salpicado de referencias entre paréntesis, que pueden entorpecer la lectura, y el estilo sigue siendo impersonal y didáctico como el de cualquier libro académico. Sin embargo, lo valioso es justamente el ánimo de desmontar tantas creencias erróneas sobre la psicología, sobre todo cuando quienes más las sostienen y defienden, o se dejan gobernar por ellas en su práctica profesional, son los mismos psicólogos. Escribir un libro así, sabiendo que muchos colegas podrían llegar a sentirse atacados, es un ejercicio admirable de honestidad intelectual y pensamiento crítico. Debería ser libro de texto obligatorio para los primeros semestres de la licenciatura en psicología.

Más allá de sus invaluables aportes, quienes le conocieron o estuvieron en contacto con él lo describen como una persona amable y cálida, con un gran sentido del humor. Así lo describe Fabián Maero, quien, junto con Paula José Quintero, tuvo la fortuna de charlar con él en 2016. Y así lo recuerda también Angelo Fasce, quien intercambió unos cuantos correos electrónicos con Lilienfeld. Daniel Galarza, filósofo y escéptico, escribe:

“Me es imposible no ver en Scott Lilienfeld a ese maestro buena onda, pero serio, que todo lo explica claro y se asegura que otros lo entiendan, a la vez que asoma cierta ironía en sus palabras para que quede aún más clara la lección. Esa clase de maestro que a todos cae bien, y que siempre se lamenta su pérdida. Es por eso que no tengo dudas que el mundo de la psicología, el movimiento escéptico y los estudios de lo irracional han perdido a un grande.”

Scott Lilienfeld también escribió columnas para la revista Scientific American Mind, y artículos para la revista Skeptical Inquirer, la revista estrella del movimiento escéptico en Estados Unidos, editada por el Comité para la Investigación Escéptica. Tristemente, en años recientes el movimiento escéptico ha comenzado a asociarse con movimientos políticos cuestionables y prefiere dedicarse a refutar los mismos temas facilones de siempre -fantasmas, ovnis, pie grande y monstruos de lago- antes que tocar temas socialmente relevantes en los que el escepticismo sería una herramienta vital. Creo que Lilienfeld veía eso como un problema. Por eso, me gustaría cerrar este in memoriam con una reflexión extraída del último artículo que escribió Lilienfeld para Skeptical Inquirer, publicado hace sólo unas semanas, y en el que muestra que su eterna actitud crítica se expandía al mismo movimiento escéptico, como debe ser.

“A nuestros ojos, todos los escépticos deberían buscar ser más conscientes de sus limitaciones cognitivas, incluyendo sus sesgos, y reconocer que la evidencia en que basan sus creencias son con frecuencia falibles. Además, y aunque los escépticos no deberían tener miedo de adoptar posiciones enérgicas en relación con afirmaciones sin fundamento, sí deben ser reacios a descartar afirmaciones fuertes antes de una investigación cuidadosa. Como Carl Sagan nos advirtió, los escépticos deben tener cuidado de asumir que poseen el monopolio de la verdad.

Si nuestro análisis tiene mérito, los escépticos deben esforzarse por inculcar un profundo sentido de humildad intelectual en ellos mismos y en otros, y evitar el atractivo tentador de la arrogancia intelectual. Pero, por supuesto, podríamos estar equivocados.”

Por cierto, pasé mi extraordinario. Podría decirse que, antes de vacunarme contra la pseudociencia que pulula en la psicología, gracias a Scott O. Lilienfeld (y a sus colegas, claro), aprobé mi exámen y entré sin contratiempos a la licenciatura. Para mí, sólo con eso hubiera bastado para recordarlo.