Vengo leyendo El Cerebro de Broca, de Carl Sagan, en el metro de la Ciudad de México. Las reflexiones incluidas en ese librito tan viejo son hermosas, en especial las del segundo capítulo. No hablo del estímulo intelectual que son (algo agradable en sí mismo, por supuesto), sino que SON bellas. Así nada más. Son un poema. La ciencia, como la escribe Carl Sagan, es un poema, y es inevitable enamorarse de ella. Y como él mismo lo dice en otra obra suya, El Mundo y sus Demonios, cuando uno está enamorado se lo quiere gritar al mundo.

La gente que viaja a mi alrededor está haciendo otras cosas. Platican, escuchan música, leen el periódico, duermen, miran al vacío como si no estuvieran aquí. Algunas de esas actividades han sido explicadas por la ciencia de maneras más o menos satisfactorias: las relaciones sociales y su impacto en nuestro cuerpo y nuestro comportamiento, los procesos cerebrales y cognitivos detrás de la habilidad de la lectura, qué ocurre en todo nuestro cuerpo cuando dormimos y porqué dormimos a las horas en que lo hacemos. Por supuesto, conocer estas explicaciones no siempre hace que las actividades a las que me refiero sean más o menos placenteras: saber que nuestro cerebro segrega dopamina al hacer cosas que nos gustan no va a hacer que disfrute más una charla con mis amigos mientras bebemos café.

Parecería entonces que conocer de ciencia no tiene impacto en nuestra vida. ¿Para qué chingados quiero saber cómo se organizan las sociedades si estoy viajando en el metro? ¿Qué es eso de R.E.M? ¿No era una banda de rock? ¿Escucharlos hará que duerma mejor? ¿Saber la distinción entre memoria a corto plazo y memoria a largo plazo hará que mejore mi propia memoria? ¡Ya se me olvidó!

El ser humano desea siempre obtener resultados inmediatos con el menor esfuerzo. Por eso nos llama más la atención una faja para bajar de peso con sólo ponérsela que cambiar nuestros hábitos de alimentación y de actividad física. Por eso suspendemos un tratamiento, aunque sea para la gripa, cuando dejamos de notar los síntomas. Por eso vamos a los cursos de neurocoaching (?) que nos dirán que con sólo pensar positivo y enfocarnos en nuestros deseos, nuestro cerebro se configura para que éstos se cumplan y así alcanzaremos el éxito.

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Prueba de que no todo lo que lleva «neuro» en el nombre es confiable.

Y por eso desdeñamos mucho del conocimiento científico básico. Tenemos la creencia de que si no nos sirve para algo, entonces da igual si lo sabemos o no. ¿Para qué saber cómo funciona una bomba de hidrógeno? ¿O cómo se transmiten los virus? ¿O cómo el miedo es una emoción tan fuerte que es capaz de debilitar el pensamiento racional y hacer que una comunidad se hunda en el caos?

Tal vez, al pensar así estamos enfocando mal la ciencia. La ciencia, por sí sola, no ofrece respuestas. Es una herramienta, como un martillo que puede ser usado tanto para construir una cabaña en el árbol como para reventarle la cabeza a alguien hasta matarlo (supongamos que ese alguien se llama Hiroshima o Nagasaki). Que todos sepamos de ciencia, aunque sea sólo lo básico, nos permitirá discernir si está bien partirle el cráneo a alguien usando ese martillo. Quizá incluso le salve la vida al pobre flaco.

Ahí está la clave: la divulgación de la ciencia. De todas las ciencias. La promoción del pensamiento lógico, crítico y escéptico. No hace falta que lo hagamos todo el tiempo; sólo cuando una afirmación hace saltar nuestras alarmas. Si todo ese conocimiento se queda en manos de un grupo pequeño pero poderoso, o comienza a ser limitado y modificado para ajustarse a ciertos intereses (como lamentablemente está comenzando a ocurrir en un país cercano a nosotros), las consecuencias serían catastróficas.

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Imagen cortesía de Pictoline, quienes a veces hacen bien su trabajo.

Saber la distinción entre tipos de memorias quizá no mejore la tuya al instante, pero podría ayudarte como signo de alerta para saber si algún ser querido padece Alzheimer u otro trastorno. Saber que R.E.M no sólo es un banda de rock podría ser útil si alguna vez padeces un trastorno del sueño y visitas una clínica especializada. Saber cómo funciona una bomba de hidrógeno no mejorará tu calidad de vida ni te conseguirá empleo inmediatamente, pero te permitirá formarte una opinión fundamentada sobre las políticas que deben seguir los gobiernos de países que fabrican esta clase de armas.

El conocimiento es nuestra única salida. Quizás algunos podrán protestar y decir que la ciencia no es perfecta, que no lo sabe todo, no es la verdad absoluta, no es el único conocimiento. Y estarán en lo cierto. La ciencia es ciencia porque es imperfecta y siempre la estamos mejorando y construyendo. La ciencia jamás ha dicho que lo sabe todo, ni lo pretende, porque por su naturaleza no puede saberlo. Mucho menos es la verdad absoluta. Y es cierto que no es el único conocimiento del que disponemos; hay otros conocimientos, como la filosofía (la madre de la ciencia), la música, la literatura, la religión…, todos son útiles de una u otra manera, es sólo que la ciencia nos ha ayudado a describir la realidad de una manera que nos ha permitido avanzar. Como decía Albert Einstein, toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva e infantil…, y sin embargo, es lo más preciado que tenemos.

Hagámosle caso al buen Albert. Protejamos el conocimiento científico en esta nueva era de oscuridad que se avecina, en la que cierto presidente anaranjado pretende silenciar a los científicos de su país, impidiéndoles la comunicación con el público, en favor de sus intereses. No importa que no hagan ciencia; incluso es más importante que quienes no hacen ciencia sepan qué es y cómo funciona, porque son la mayoría, son quienes toman las decisiones.

Protejamos la cultura. Protejamos la ciencia. Pensemos. Critiquemos. Seamos escépticos. Es nuestra mayor esperanza.